En marzo conmemoramos a dos salvadoreños que son ejemplo de vida y santidad: san Óscar Romero y el beato Rutilio Grande. Ambos sacerdotes, entregados de lleno a su ministerio pastoral; dos profetas de Dios asesinados por las fuerzas del mal por anunciar el Evangelio, por denunciar la opresión y la injusticia, por decir la verdad y ponerse al lado del pueblo empobrecido y oprimido. Mucho nos enseñan estos dos hombres santos. Nos enseñan que la defensa de los pobres y la denuncia de todo aquello que niega la dignidad humana está en plena coherencia con el seguimiento de Jesús. Precisamente por ello la Iglesia los ha declarado santos. Por tanto, si nuestra fe en Dios no nos cuestiona ni cuestiona el mal que vemos a nuestro alrededor, no nos lleva a preocuparnos por los demás, es posible que sirvamos a un dios que, como dijo Rutilio, “no es el Dios Padre de nuestro hermano y señor Jesús, que nos da su Buen Espíritu para que seamos hermanos por igual, y para que, como seguidores cabales de Jesús, trabajemos por hacer presente aquí y ahora su Reino”.
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