A muchos incautos los encandiló con la célebre frase “voy a hacer lo que tenga que hacer para llevar la paz y la tranquilidad a mi pueblo” y mientras la masa entusiasta le vitoreaba él autorizaba la entrega de bonos, bolsas solidarias y mucho pan con mostaza.
Otros ingenuos creyeron en el “caiga quien caiga” o en la máxima cotidiana “nadie está por encima de la ley”, mientras él se sentía la ley. Con el Consejo nacional de defensa y seguridad se situaba por encima del bien y del mal, él decidía qué investigaba o no el Ministerio Público, a quién culpaba o liberaba la Corte Suprema de Justicia y decidía qué pasaba o engavetaba el Congreso Nacional de Honduras.
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